¿Nos futbolizamos?

Es un sentir que ronda por las pistas de baloncesto y por los mentideros donde se habla de la situación actual del basket y donde se encuentran soluciones fáciles a problemas complejos. Porque realmente esta sensación de que el deporte de la canasta se está futbolizando no deja de ser un reflejo o una consecuencia del momento actual de la sociedad en la que vivimos. Nos hartamos de decir durante la pandemia que saldríamos mejores. Nada más lejos de la realidad. Vale ver el panorama geopolítico mundial y los gobernantes que tenemos.
Hoy vas por las pistas de baloncesto y cada vez se parecen más a los campos de fútbol que uno, que ya cuenta con un buen puñado de años, recuerda de sus tiempos mozos. Hay crispación, malos modos, presión mucho más allá de la comprensible, hay hostigamientos y en general muy mala educación. De la educación de toda la vida, pero también muy mala educación deportiva. Saber que se trata de un deporte, que para más, lo es de formación de personas y transmisión de valores a los jóvenes. O eso debería de ser.
Quizá es porque ahora ya no soy un padre de grada, aunque realmente nunca lo he sido al dedicarme a ir haciendo fotos desde cualquier rincón, culo en suelo. Quizá sea por eso por lo que observo desde otra perspectiva. Quizá la propia edad que hace coger mayor ángulo de visión. El caso es que cada vez da más pereza ver, escuchar y padecer según qué actitudes en las gradas de los chavales que solo quieren hacer un deporte en un entorno que debería de ser saludable a todos los niveles.

No debería de valernos con lamentarnos. Lo mismo que no vale con poner el foco solo en la grada o esos padres y madres ultras y a la vez sobreprotectores. No. Hay mucho más que eso y quedarse en la superficie no solucionará nada. Aquí se trataría de parar este rumbo hacia donde vamos y reformular los objetivos, medios y entornos en los que queremos que nuestros jóvenes desarrollen la práctica deportiva como parte de su formación integral. No vale con señalarnos unos a otros. Eso ya lo hacen nuestros políticos y deberíamos tener probado que no sirve para nada.
Quizá para comenzar deberíamos de pensar, ¿Cuál es la finalidad de que mi hijo/a esté practicando el baloncesto? ¿Qué esperamos como padres de ello? ¿Y ellos? ¿Qué finalidad le ven? ¿Qué esperan? Al final pienso que falta mucho análisis y didáctica hacia las familias también. Los clubes, federaciones y entidades implicadas deberían ponerse muy serias con ello. No vale con ponerse de perfil.
Es una pena ver a padres dirigiendo como si fueran entrenadores, molestando a sus hijos con órdenes y desautorizando a quien está al mando de ese equipo y su actividad. Es lamentable que se compita con los hijos como si fueran esos purasangres criados para demostrar la valía de la estirpe familiar. Esto no funciona así. No debe. No debería permitirse y debería desterrarse.
Y no se trata de condenar el verbo competir, para nada. El deporte es competición, pero en su medida justa, en su nivel adecuado y en sus condiciones de salud física y mental.

Nos estamos equivocando jugando a profesionalizar el deporte de jóvenes que en un 99,99% ni van a vivir del deporte, ni es su meta, ni es lo mejor para ellos. El deporte es de los chavales y no podemos quitarles voz y voto. Paremos por un momento clubes, familias y entidades que solo quieren hacer negocio y pensemos. Estamos perdiendo el respeto a los deportistas y contaminando el ámbito en que deberían de ser felices practicando un deporte, compitiendo y superándose a sí mismos mientras desconectan de problemas más importantes y vitales. No futbolicemos el baloncesto ni el deporte de formación en general. Exijamos profesionalidad en los que lo gestionan, exijamos calidad y también aportemos todo aquello que beneficie. Entre todos debemos de poder reconducir esta situación.

Basketistas

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